viernes, 24 de septiembre de 2010

240910

Al principio creí que eras un ángel caído, un sueño, una experiencia religiosa. Creí ver la perfección personificada, la proporción, los detalles. Pasó el tiempo y descubrí que tenías grietas, tantas, o más que yo. Veía filtrarse el agua por entre tus recovecos, como si tu cuerpo fuese un esqueleto resquebrajándose. Veía los errores. Y cuando me miraba en el espejo veía, veía mis heridas. Las puñaladas. Aquellas que tú me dabas sin cesar, una tras otra... y que yo me encargaba de subsanar rápidamente, para dejarte hueco para que siguieses clavando más cuchillos. Tu luz me cegaba, quería ansiosamente unirme a tu vuelo, quedarme contigo para siempre. Quería hacer cosas estúpidas de enamorados. Quería la vida eterna, para compartirla contigo. Quería y quería, y ansiaba, y soñaba y volvía a soñar. Nunca me detuve a pensar en lo que decían los demás, nunca escuchaba cuando decían "eres muy joven" , "te está haciendo daño" , "no podéis seguir así". Los ignoraba. Pensaba que ellos no entendían mi concepto del amor, pensaba que no eran capaces de comprender la magnitud de mis sentimientos, que eran unos imbéciles y que me importaba una mierda si me entendían o no. Pero qué lejos estaba de la realidad ... a demasiados años luz. Lo nuestro nunca fue sano, siempre estuvo maldito. MALDITO. Siempre fue demasiado fuerte, demasiado arriesgado, demasiado en definitiva. No era puro... y aunque no me arrepiento de nada, hoy puedo decir, que me alegro de que se haya acabado.

jueves, 16 de septiembre de 2010

El sueño que se convirtió en pesadilla.

Olvidarte. Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve. Nueve letras. Parece corto ¿no? Parece rápido. ¿Pero cómo se olvidan tus manos? ¿Tus caricias? ¿Cómo se borra todo? ¿A caso hay un momento en el que dices: “sí, lo he olvidado”? ¿Es así? ¿De repente?
Cuando todo esto empezó a caer, sentí que debía alejarme mentalmente. No quería colapsarme. No quería sentir la ansiedad, la asfixia, otra vez. Intenté distraerme... pensar en otras cosas, hablar con la gente, salir, reír. Hacer como si no pasara nada. Como si todo fuese bien. Disimular, o mentir, o fingir, tal vez. Lo conseguí, pero sabía que al final todo iba a explotar y que la nube negra me sumiría en un tremendo caos. Que lloraría y sentiría un maldito vacío en mí. Una carencia. Y al fin, ha ocurrido. El espejo ha sido el testigo de mis lágrimas, de mis palabras de rabia, de mi confusión, de mis ganas de morirme, de mis ojos asustados, de mi sonrisa borrada, de mi corazón detenido. Sobre todo eso, se ha detenido. Ya no estarás. No estarás para abrazarme cuando se me derrumbe el mundo, no estarás para recordarme lo mucho que te gusto, no estarás para verme seguir creciendo, para felicitarme por mis éxitos, para apoyarme en mis fracasos. No estarás para calmar mis nervios, mi odio, mis desilusiones. No estarás para mirarme a los ojos y decir que me amas. No estarás, no existirás y yo me sentiré muy sola. No oiré tu voz, no podré llamarte, no podré llegar a casa y contarte todo lo que me ha pasado, no te veré nunca más en mi cama, nunca más sobre mi almohada. No me harás derretirme. No besarás mis labios. No me susurrarás. No lloraré de felicidad. No pensarás en mí, encontrarás a otra que te haga sentir... y yo moriré. No podré cogerte de la mano por la calle, ni contestar un “sí, por supuesto” al “¿pero todavía estáis juntos?”. No podrás hacerme reír. No habrá sentido para mi vida. No tendré futuro. No me casaré en Kenya. No viviré en la casa de mis sueños con el hombre de mis sueños. No vendrás, no volverás. Y me duele, joder. Como nunca. Y sé que me dolerá más, cuando pasee por los lugares donde hemos estado, donde nos hemos besado, abrazado, reído, hablado, sentido, amado... y ya no estés a mi lado.
Parece ser... que esto no es más que el sueño que se ha convertido en pesadilla.



Pido disculpas si no contesto los comentarios o no me paso por los blogs que sigo habitualmente. Espero que entendáis que no tengo demasiadas ganas. Gracias por los que me leéis y comentáis de todas maneras.

domingo, 5 de septiembre de 2010

Depresión del día 5.

-¿Dónde estás? -repetí, esperando oír una respuesta cercana.
¿Dónde estás? ¿Dónde queda? Todo aquello... parece que todavía puedo oír las risas, aquellas que creímos eternas. Parece que todavía veo tu cuerpo pegado al mío sobre la cama. Los recuerdos pasan, deprisa, uno por uno, lejanos, intangibles. Las lágrimas me resbalan por la cara mientras intento parar en uno de ellos, o quizá retroceder en el tiempo y volver a vivirlo... pero sigo oyendo el maldito tic-toc del reloj, que no cesa y me castiga. El tiempo. Qué curioso, nunca pensamos que se nos fuese a acabar, nunca tuvimos en cuenta que, quizá, existía la posibilidad de que las cosas no funcionaran. Y ahora todo se diluye y en mi mente vuelve el vacío, que no es ni blanco, ni negro.