lunes, 15 de marzo de 2010

Entras. Te vendo los ojos. Enciendo unas velas. Te beso en los labios, te desnudo. Bajo por tu cuello, tu pecho, tu ombligo. Y toco esas manos... dulces, fuertes, seguras. Me tiembla la fijación, la dureza. Te quito la venda. Me desnudas. Subes, bajas. Besas mi oido, tu lengua recorre mi cuello y desciende. Vuelvo a temblar. Me haces cosquillas. Fluye. Subo yo. Encima de ti. Te quito la ropa interior. Te recorro con los dedos, te saboreo, poco a poco, trocito a trocito. Me extasias con tus besos. Y empieza. Mi miocardio se desborda, como si se tirara por un puente, como si quisiese salir, volar, ser libre. Encontrar el tuyo. Entras. Te unes. Nos unimos. De dos, sólo uno. Y suspiras, y suspiro. Y te veo. Y te amo. Y sólo así puedo olvidar mis miedos. Pero como todo, acaba, con un placer infinito, más allá del vulgar acto sexual.. mucho más allá. Es la unión de dos almas, amantes, prisioneras la una de la otra, como el sol y la luna entremezclándose. Dos polos opuestos atrayéndose. Y para siempre te tendré y para siempre me tendrás.