sábado, 20 de noviembre de 2010

Lamento susurrado.



Y si pudiera encontrarte, si pudiese tocar tu piel marmórea justo ahora...

Y si pudiese rozar, levemente, mis pestañas en tus labios...
Si esta noche fuese como otras noches... caliente, salvaje, relámpago... Pero no puedo verte más allá de en mis pensamientos, no esta noche. No hoy.
Mis manos te buscan con ansia pero el deseo se me escurre entre los dedos y el alma, escondida en un rincón, no quiere salir. Las palabras no quieren salir, porque quieren que estés aquí para poder susurrarlas en tu oído. Pero te encuentras lejos... quizá a tan sólo 4 kilómetros, o menos... pero te siento en la luna...
Mi corazón se debate entre salir a buscarte o quedarse quieto, pero sabe que no hay que ser imprudente y que a ti vale la pena esperarte. Siempre vale la pena. Todo. Las lágrimas, el dolor, las palabras frías, los sentimientos rotos, las esperanzas diluidas. Todo vale, porque en cuanto mis ojos vuelven a cruzarse con los tuyos todo sigue adelante... me sigue creciendo el corazón porque ya no cabes, y sigo sintiéndote más a ti que a mí misma, y sigo pensando que eres la cosa más bella que existe en este mundo, y en todos los demás. Tan, tan, tan bella que me dan ganas de llorar, de gritar.

viernes, 12 de noviembre de 2010

La muñeca de cristal.


Transparente, pura, frágil.
Eso era. Con un leve roce demasiado brusco la rompías, o más bien,le partías un trocito. Era algo así como partirle un ala a un ave. La dejabas sin una parte de su encanto, que, quebrado, brillaba un poco menos cuando la luz la atravesaba. Poco a poco hubo más trocitos de cristal sobre la mesa, caídos, vacíos, que en la propia muñeca. Ahora era fea, extraña. Tenía una mirada cruel, y su cara ya no estaba perfilada. La luz no la hacía más bella, la afeaba. Finalmente se rompió por completo, en una explosión de cristalitos pequeñitos con una fuerza enorme. Y tal y como se rompió volvió a crecer, todavía más brillante que antes.
En su nueva vida, la muñequita miró hacia todos aquellos que con sus golpes la habían roto y sonrió. Qué ingenuos. De repente llegaron nuevos golpes, pero esta vez la muñeca no se rompía. Los golpes eran demasiado vulgares y ahora ella era un diamante, reservado para las mejores mentes, para las mejores miradas, para que el mundo la viese brillar.
Fuerte, reluciente, luminosa.