martes, 4 de septiembre de 2012

Madrugadas pidiéndote al aire.

Desnuda, en mi cama, pensando en cientos de maneras que tengo de sentirme viva y dándome cuenta, casi al unísono de la voz de Santi Balmes diciendo "Houston, tengo miedo, quiero bajarme de aquí", de que todas guardan estricta relación contigo. Tu nombre y tu voz son, qué casualidad, un mismo recuerdo clavado en mis oídos, sonando, deslizándose cuerpo abajo, hasta llegar a lo más hondo, donde ya nadie pueda verlo. Escondidos, todos nuestros besos, para que nadie me los robe. Encadenados, para que no se esfumen como el humo del incienso que ambienta tu habitación. 

Así que aquí estoy, perdida. ¿Y por qué no? Maltrecha. ¿Diagnóstico? Enfermedad del corazón, o eso dicen. Lejos de la vida, ésa que siempre nos recuerda que estamos de paso. Porque mi vida, sin quererlo y sin buscarlo, eres tú. Y en el centro de esta galaxia inadaptada que es mi pensamiento todo gira entorno a ti sin descanso, sin tregua. Todo me habla de ti. Mi cadera lleva horas gritándole al vacío, mis piernas tratan de enrollarse a tu cuerpo, mis dedos quieren arañarte 'ahora o nunca'. Pero estoy sola, y reitero: perdida. Perdida por el dolor que me causa no tenerte rodeándome con tus brazos, aplastada por el miedo a que te vayas de esta locura que es la mía, la nuestra. Y sí, lo reconozco, perdida entre el amor que siento por ti y todo el amor que tengo adentro y quiero regalarte para que sientas, tan fuerte como yo lo siento, que mis ojos son tus ojos y mis dientes, tus sonrojos. Pero no sé muy bien cómo actuar, si dártelo en pequeñas dosis o, por el contrario, entregártelo todo de golpe, para que te vicies

Nunca me gustaron las elecciones difíciles, ven tú y elige. Quítame la ropa y elige si lo quieres todo o si vamos por partes.