lunes, 16 de enero de 2012

Lluvia...

La lluvia me llama. Puedo oírla a través de las ventanas, puedo oírla como si estuviese en la calle mojándome de lleno. Me hace recordar, me lleva atrás. Un relámpago acaba de iluminar la habitación, y yo sigo recordando.
Noche oscura, luna llena, en lo alto de una ciudad que nos ahoga, que nos martiriza con sus problemas, con su gente, su non-stop. Pero en aquel momento todo estaba quieto, sólo se oía el rumor de los grillos cantando a las estrellas. Recuerdo que te hice cerrar los ojos, saqué el cava y el juego y todo comenzó a rodar.
El juego preguntaba cuál había sido tu mejor noche, tu mejor sueño, tu mejor amor, tu mejor beso. En la mayoría de las respuestas siempre estaba yo y, a cambio, yo te regalaba un sorbo de cava o un bombón. Cuando me tocaba el turno siempre querías que te diese el bombón que me correspondía. Te acercabas, como si fueras un depredador en busca de su presa. Era casi imperceptible pero la postura de tu cuerpo cambió, tensaste los músculos. Yo trataba de mantenerme inerte, distante. No quería forzar, pero las piernas me temblaban y no sabía si era el frío o el amor. Me quitabas los bombones de las manos y al final, cuando metí uno entero en mi boca te acercaste a mis labios y los devoraste. El chocolate pasaba de una boca a otra, dulce, caliente. Pero se acabó y tu seguiste besándome. Te dije "no" y te levantaste. Te lanzaste a mi cuello, a mi oído, lamiéndolo suavemente, susurrándome, atrayéndome. Volviste al sitio y me hiciste levantarme, me besabas con ansia, con pasión.
-Esto no puede estar pasando.
-Te echo de menos. -dijiste seguro, firmemente.
-¿A mí o a mi cuerpo?
-A ambos.
Mi cara cambió, estaba oscuro pero sé que pudiste ver la sombra que la cruzó.
-Era broma, a ti tonta.
Dijiste el "tonta" como cuando estábamos juntos, como cuando te decía que era fea y respondías "eres preciosa, tonta" o como cuando te decía que no me querías y tú contestabas "te amo, tonta".
Volví a besarte, te deseaba y yo sabía que tú me deseabas. Tu mano bajó por mi vientre. Negué con la cabeza y dijiste "no voy a hacer nada". Mentiste, seguiste bajando. Volví a negarme y tu voz susurró un: "¿crees que si esto no estuviera funcionando lo estaría haciendo?". Mi alma se llenó de esperanza. Estaba funcionando,  te estaba haciendo sentir. Había algo ahí, dentro de ti, que quería lo que yo quería. Y lo sentí. Y sucedió. Me cogiste de la mano y me arrastraste hasta la oscuridad, donde nadie pudiera vernos. Encima de ti todo parecía tan fácil como siempre, tan inexplicable como siempre. Sentirte dentro de mi fue una bendición, una llama en lo más profundo ardía y ardía. Tenía ganas de susurrarte que te amaba pero no quería, no estaba bien.
Y dos días después, volvió la realidad. "No te quiero, no siento nada por ti". Mentira, mentira cochina. Lo sentiste, yo sentí que lo sentiste. Hubiese pagado por haberme quedado allí para siempre, en las alturas, sin más preocupaciones que el frío de la montaña que desaparecía con cada roce de tu cuerpo con el mío. Y ahora la lluvia, me empaña la mirada. Mi vida parece un esbozo medio borrado por el agua. Quizá esta lluvia te recuerde a mi, quizá te recuerde aquella noche en mi casa cuando me propusiste bajar a mojarnos completamente. Te dije que no, pero ahora te diría un sí rotundo, siempre y cuando me abrazaras para curarme el frío.



"Fui yo quien dijo no y ahora, en la misma mesa,
Se me enfría el café mientras dices que te va bien.
[...]
Y ahora, cansado de mirar tu foto en la pared,
cansado de creer que todavía estás...
He vuelto a recordar las tardes del café,
las noches locas que siempre acaban bien...
Y me he puesto a gritar, estrellando el whisky en la pared,
por verte sonreír, he vuelto yo a perder."

(La fuga - Por verte Sonreír)

jueves, 12 de enero de 2012

Conexión.

"Nada. No siento nada. No te quiero. No. No."
Las palabras rebotan en mi mente. Me desgarran las entrañas, provocan arcadas, me diluyen la mirada. Ya no sé si el tiempo pasa o se ha detenido. Ya no sé si queda tiempo. A veces creo que realmente morí aquella noche, desde luego para ti sí. Los recuerdos me cruzan la mente, uno tras otro. No puedo dejar de pensar en tus ojos, aunque la última vez que los vi estuviesen teñidos de frío. Casi puedo sentir tu primera mirada aquí y ahora, casi puedo viajar hasta tantos años atrás y quedarme en aquella calle esperando tu llegada. Casi puedo notar como alzo los ojos y se cruzan con los tuyos. Nunca he sentido nada parecido al ver a alguien por primera vez, sentí que te conocía. Sentí que tú eras la pieza del puzzle. Sólo una mirada me dijo todo eso. Años después, cuando te acariciaba casi sin tocarte con las palmas de mis manos mientras practicábamos sexo tántrico, sentía aquella conexión fluyendo. Estaba ahí, en la habitación, contigo y conmigo. Quería transmitírtela, quería enseñártela. Igual que aquel día en la playa, tumbados sobre la toalla. Me hubiese quedado allí una eternidad, el resto de mi vida. Quise llorar al mirarte, tan bello, tan perfecto. Algunas veces lloraba mientras hacíamos el amor. Siempre traté de que no te dieras cuenta, pero lo hacía a menudo. Lloraba de pura felicidad, de puro éxtasis. Mi cuerpo se llenaba de ti, de tus besos en cada porción de él, de tu ser. Y todo lo que me hacías sentir era indescriptible, mágico. Siempre supe que nunca sentiría nada igual, siempre. Siento habérmelo negado a mí misma, y siento habértelo negado a ti. Siento todo lo que ha pasado, todo lo que te he hecho, todo lo que me has hecho. Estoy luchando por perdonarte, sólo así encontraré la paz. Pero en realidad, ¿de qué me servirá perdonarte si para ti he muerto, desaparecido? No tiene mucho sentido, ya lo sé. Pero rezo, rezo a todos los dioses en los que no creo, rezo al universo, a la madre Tierra, a todos. Rezo para que algún día en tu camino te pares y mires atrás y sientas la conexión, el aleph. Para que sientas que, cuando estábamos unidos, todos los puntos del universo se unían. Rezo para que ese día vengas corriendo, me mires a los ojos y no me digas nada en palabras. Sólo tu mirada. Cálida y penetrante, como aquella primera vez. Como tantas noches y tantos días después, como tantos amaneceres. Limpia, limpia de rencor y de dolor. Una mirada de amor puro. Sé que es improbable que eso ocurra, imposible. Sé que ni siquiera leerás esto, pero no importa, no importa. Si nunca vienes, yo siempre me quedaré en aquel momento, en aquella fracción de segundo. Cuando la vida me arrastre con ella por fin, lo único que pensaré será aquel instante, aquella pieza del puzzle, incluso aunque tú hayas querido dejarlo incompleto para siempre.


"Esos ojos me dicen cosas que ni siquiera sabemos que existen pero que están ahí, listas para ser descubiertas y conocidas sólo por las almas, no por los cuerpos. Frases que son perfectamente comprendidas aunque no sean pronunciadas. Sentimientos que exaltan y sofocan al mismo tiempo."
(Paulo Coelho)

miércoles, 4 de enero de 2012

She.

Ella se miraba los brazos llenos de cortes y arañazos. No había sido capaz de cortarse bien, le faltaban fuerzas. ¿Hasta cuando tendría que estar magullándose para mitigar el dolor? ¿Cuántas noches más tenía que pasar en vela? ¿Cuántos ataques más? ¿Cuántas pesadillas le quedaban? Las cosas no podían seguir así. Le hubiese gustado ponerse a gritar en aquel mismo momento, o tomarse aquellas pastillas en las que tanto había pensado. Pero se repetía una y otra vez que tenía que ser fuerte, que eso era lo que él quería, verla destruida y amargada y que no pensaba servirle su cabeza en una bandeja de plata. Había momentos en que las fuerzas para seguir venían, sobretodo acompañadas de palabras de otras personas que la animaban y le decían que no valía la pena. Pero las noches eran largas, largas y frías. Y si se sentaba en el suelo con un cuchillo en la mano mientras trataba de respirar lo único que podía hacer era intentar que el dolor interior se fuera gracias al dolor físico. A veces lo conseguía. Era consciente, sin embargo, de que su madre no tardaría en darse cuenta de que cada día comía menos y de que hacía constantes visitas nocturas al baño y a la cocina. Y tenía miedo de que ese momento llegara. No quería que le volvieran a decir que estaba loca o que tenía depresión. No le hacían falta médicos para decirle algo así. Eso ya lo sabía. Y no quería pastillas, no quería que le dieran pastillas porque si se las daban era capaz de tomarse la caja entera de golpe. Sólo quería paz, sólo buscaba paz, pero sabía que el odio seguía fluyendo por sus venas, ardiendo y ardiendo sin cesar. Y lo peor era que no estaba segura de dónde iba a meterlo si seguía creciendo porque a ella, ya no le cabía más.