domingo, 9 de febrero de 2014

Back to reality.

Te habías ido lejos, muy lejos. Casi, casi, a otro país. Yo sentí que vomitaba hasta las entrañas aquel día que amaneció sin ti. No me bastaban las llamadas, el pesar se me acumulaba a la espalda. Aquellas conversaciones no zanjadas, las cosas que nunca te dije, se me quedaban cada vez en la punta de la lengua. No eran más que palabras aterrorizadas de causar huracanes a distancia. Yo pensaba, te pensaba, te inventaba frente a mí hablándome de arte, de política, de justicia. Te imaginaba con tus ojos fijos en mi boca, con tu rostro escondido en mi hombro, con tus dedos en los míos. Me quejaba, aun en silencio, porque me moría de celos y rabia pensando que en aquel lugar también había sol, que el sol se reflejaría en tu piel, y que brillarías, porque siempre lo hacías. Y dime, ¿qué derecho tienen de verte brillar? ¿Por qué ellos pueden y yo debo hundirme en mi cama, cerrando las ventanas para no pensar que cualquier otra persona podría ver el abismo de tus pupilas bajo un cielo estrellado? Los días eran largos suplicios y las noches se tornaban en reflexiones e insomnio; leía a Pasternak y a Dostoievski por turnos para que no me hirieran demasiado adentro sus conflictos. Tú me hablabas, a veces con ilusión, de las cosas que veías y hacías y yo, trataba de alegrarme, de fingir que me alegraba o de decirte, por fin, lo que de verdad sentía. Me debatía entre lo que era lo correcto y lo que me corría por la sangre, pero ¿cómo explicar tantas cosas, tanto susto, tanto frío? Era Junio. Los presentimientos me abrazaban cuando, al fin, mis ojos se cerraban cansados de mirar espacios que no te contenían... y los sueños, bien lo sabes, dejaron de serlo. No pude decirte que me alegraba de que fueras feliz lejos de mí, ni que me moría por pasar otra tarde leyendo a tu lado, ni que habría cambiado Barcelona por escaparme contigo. No pude porque no tuve suficiente voz, porque me quedé afónica cuando subiste al coche sonriéndome y diciéndome adiós con la mano, porque me había acostumbrado a la calidez de tu pelo y a la brisa de la playa en verano y ya no me quedaba nada.

Un día te llamé, no me cogiste la llamada. Volví a llamar, desesperada. Pi-pi-pi. Miré mi móvil: aquella maldita máquina era lo único que me conectaba a ti, ¿qué iba a hacer ahora? Cuando volví a llamar, el móvil estaba apagado. No me lo podía creer. Ya estaba planeando cada palabra mortífera que iba a decirte cuando llamaste al día siguiente diciéndome que estabas abajo, esperándome. Recuerdo que un día te dije "ojalá volvieras antes", y lo hiciste. "No podía estar más sin ti" fue toda la explicación que me hizo falta para olvidarlo todo, quizá demasiado.

 Aquello, en realidad, y todo lo que vino después, era necesario. No se ha de amar sin exponerse al dolor, sin que te abrase y te consuma, porque entonces amarías sin miedo y eso implicaría no tener conciencia de que puedes perderlo todo en un instante. Aquel verano no fue el mejor de nuestra(s) vida(s), pero fue el que le dio sentido a muchas cosas. Yo aprendí a perdonar, algo que había olvidado por completo y que juré no volver a hacer jamás. Tú aprendiste a querer bien, o al menos, a intentarlo. Mi orgullo se apartó un poco y tus muros se diluyeron enteros. A veces las lágrimas no son en vano, y permanecen como surcos en la piel, recordándonos nuestra capacidad de fallar, de temer, de destruir. Pero también nos recuerdan que se puede sonreír llorando.


"I didn't want to be the one to forget
I thought of everything I'd never regret
A little time with you is all that I get
That's all we need because it's all we can take (...)
I wanna take you to that place in the Roche" 
(Instant Crush - Daft Punk ft Julian Casablancas)