viernes, 24 de mayo de 2013

Toska.

Hacía mucho que recordaba aquella frase de Terenci Moix incesantemente: 
"El hombre teme al tiempo y el tiempo solo teme a las pirámides." 


Tiempo, esa maldita aguja del reloj que nunca se detenía, ni avanzaba más rápido de lo debido. Esa sucesión incansable de días que tejía y destejía momentos en la enmarañada memoria humana. Ese amigo suyo tantas veces, tantas otras veces enemigo cruel (como cuando pretendía quedarse para siempre entre el calor de algunos brazos y desaparecían al abrir los ojos).
Pensaba en el tiempo, preguntándose por qué le traía a su memoria recuerdos tan lejanos, tan inútiles a su parecer. ¿Por qué ahora? En su mente resonaban todas aquellas frases que apelaban a su corazón para romperlo en mil pedacitos punzantes y pequeños. Ella siempre había sido "demasiado", aunque en realidad nunca sabía si se referían a "demasiado poco" o "demasiado, demasiado". ¿Qué más da? Ya no están, se fueron hace mucho, se marcharon por la puerta de atrás, con pocas despedidas; algunos con muchos dramas. No había final feliz para ella, no creía que existiera. Había mucho más que kilómetros entre ella y sus insomnios pasados. ¿Cuántas veces se había enamorado? ¿Un par? ¿Tres, quizá? Y, sin embargo, pese a no enamorarse precisamente con frecuencia, nada acababa bien. Los "te quiero" acababan traducidos en "lo siento, hasta aquí, ya no más". Y eso que siempre daba más de lo que tenía, "demasiado". Incontables besos en noches oscuras, manos furtivas buscando lugares escondidos en su frágil cuerpo, palabras pícaras haciendo mella en su alma. Y todo se iba como venía, rápido, invisible, solitario. Por eso estaba en aquel tren, que le llevaría a otra ciudad desde la que iría a parar a otro país. A un país con un desierto. Era el momento de dejarlo todo atrás, nadie iba a ir a buscarla al aeropuerto en el último momento como en las comedias románticas. Nadie la llamaría para decirle lo mucho que la amaba, lo muchísimo que la echaba de menos.
"Mentiras"
"Desilusiones"
"Soledad"
La vida, ay, su vida. Había aprendido que le iba a dar bofetadas por todos los lados posibles en los momentos más inadecuados. Sabía que iba a haber más piedras en el camino que señales para continuarlo. Pero ahora ya no le importaba. Con pies descalzos pensaba andar una nueva tierra, y aunque le sangraran pensaba seguir adelante. No sabía si acabaría desangrada en mitad de un desierto africano, o si un oasis desconocido le abriría las puertas a mitad del sendero. No sabía cómo sería su último capítulo, ni con quién. Pero no importaba, ya nada importaba. Todo lo demás había quedado atrás, ahora solo existía ella y su piel, y sus pies. Nada más allá de aquel mar fronterizo iba a volver a su vida jamás.
-"Sabah Al Jeir, Egipto".


"никогда я не пойму
ну почему так нерешительно печаль смакует боль?
пусть лучше сердце пополам,
чем никогда не быть с тобой.
меня измучила пленительная вязкая тоска,
холодным светом у виска
опять луна, как ты одна."

(Dima Bilan - Toska) 

jueves, 9 de mayo de 2013

Ice-Animal.

Aquella noche debían sobrevivir a toda costa, canalizando toda su furia.
Ella en su cama, lejos, muy lejos, rozando los polos de Siberia y el azul de su cielo. 
Él, en la suya propia, en una tierra caliente y fértil.
Los dos suspiraban casi al unísono aún sin verse y tenían los colmillos bien preparados para atacar a los fantasmas enemigos en cuanto aparecieran. Los dos desearían haber sido un guepardo y correr y correr y correr sin detenerse ni mirar atrás. Los dos necesitaban ese ímpetu, ese instinto de supervivencia para levantarse tras tan tremenda caída. Y aunque querían lo mismo, un abismo insalvable les separaba: un abismo llamado dolor, en el que ni siquiera los colmillos más afilados, ni la mirada má funesta servía para aislar los miedos o la heridas reabiertas. 
Él recordaba, recordaba sus ojos del color del hielo y le venía a la mente un momento en que ella tenía mucho frío y él le había dejado su chaqueta de piel marrón. 
-¿No te se pasa?
-No...
-A ver, ven aquí. -la abrazó, su cara rozó la de ella y notó que el frío se le calaba hasta los huesos, ¿cómo podía ser? Era Junio.
-Gracias.
-¿Sabes? Tienes la fuerza de las fieras y la dulzura de los niños.
Ella rió sonoramente.
-Sí, bueno, y la temperatura del Polo Norte.
Y ahora aquí, él sentía un calor muy diferente al que sintió aquel día. Hoy sentía rabia, por no poder mirar aquellos ojos, ni poder convencerla de que el mundo no era tan hostil como su amada Rusia. Por no poder decirle cuánto la quería sin que le contestara con aquella mordacidad tan típica en ella cuando se enfadaba. ¿Qué iba a hacer, si a veces su propio frío la atrapaba y si simplemente las fieras siempre serán fieras? Y por eso le gustaba.