lunes, 14 de marzo de 2011

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-Le arrancó el corazón y después lo pisoteó. La oía llorar. Incluso en sus sueños podía percibir sus lamentos, como si estuviese justo al otro lado de la pared, como si estuviesen cerca. Pero no le importaba. Él la veía asomarse a la ventana, subir a los andenes del tren, mirar a la carretera... y no decía nada. Sabía perfectamente cómo se sentía, podía percibir su dolor en su propia mente, la conocía como a la palma de su mano y sabía que acababa de destruir su vida, que su autoestima había quedado enterrada a kilómetros bajo tierra, pero eso no era importante. Su egocentrismo valía más que miles de lágrimas. Su orgullo prevalecía sobre cualquier muerte. Él era él, y ella... ella no era nada.