-Disculpa, ¿te he hecho daño? -preguntó una voz que parecía estar muy, muy lejos.
Claire levantó la cara y aclaró su visión medio empañada y descentrada. Vió a un chico. Bueno, vió al chico.
-¿Hola? -repitió esa voz.
-Eh... yo, eh... ¿qué ha pasado?
-Te he arrollado con la bici. Estás en el suelo. ¿Te encuentras bien?
Claire quería gritarle que no, que por supuesto que no estaba bien. ¿Cómo iba a estarlo? Si toda su vida era un desastre.
-Venga, te ayudo a levantarte.
-Gracias -balbuceó ella cuando ya estaba en pie, aunque se sentía exactamente igual que en el suelo.
-Oye, perdona pero, ¿te pasa algo?
Claire calló. Optó por ello. Al fin y al cabo, era un desconocido. No es que si hubiese sido conocido hubiese ayudado, claro está. Ella nunca contaba nada a nadie. Nunca confiaba en nadie.
-Nunca he visto unos ojos tan tristes... No podré olvidarte si sigues mirando así.
Claire sonrió. Hacía tanto tiempo... tanto tiempo que no lo hacía, que casi le pareció que su sonrisa estaba llena de telarañas y polvo y que, seguramente, el chico se habría dado cuenta y saldría corriendo de allí. Pero lo que el chico vio fue diferente.
-¡Vaya! Si sigues sonriendo así, me enamoraré de ti para toda la vida.
En aquel momento, un viejo sentimiento de seguridad se apoderó de la chica. Nunca supo de donde había salido, pero no iba a arrepentirse. Lo había encontrado muy dentro, enterrado y aquel, justo aquel era el momento de sacarlo. Confió. Eso es. Por una vez, confió en alguien. Y ese alguien era ella misma. Se acercó a él en una milésima de segundo y le plantó el beso más dulce que jamás hubiese soñado.
-Me llamo Kai, ¿quieres casarte conmigo? -dijo el chico cuando ella se apartó.
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